4. Hacia el logro de una conciencia simétrica.
Mi ecuación personal - estaño y fines trascendentes-
vinculase a mi desarrollo infanto-juvenil en el porteño barrio de La Boca
(coexistencia de lo mejor de la inmigración europea y el lumpen porteño). Simultáneamente
ser miembro activo de la iglesia Metodista del barrio. Cursé en ella el jardín
de infantes por no haber vacantes en el estado. Una actividad social y
deportiva interesante como una versión moderada de la religión me atrajeron,
asimismo a mi hermana mayor, contrariando la tradicional vocación católica - no
practicante- de mis padres.
Mi
actividad escolar fue en el ámbito público. Mis padres, argentinos de origen
italianos, tenían un modesto comercio minorista-mayorista de ramos generales (frutas,
verduras, almacén), proveedor de alguna de las barcazas del Riachuelo, heredado
de mis abuelos paternos. Aun viviendo en un conventillo - de lujo,
comparativamente al medio- no pase privaciones, ni problemática familiar, con
un excelente desarrollo en lo social-cultural-deportivo, producto de mi actividad
religiosa. Siendo púber, un día - accidentalmente- me vi participando en la
liga adolescente de la iglesia. Tal asimetría - en esas épocas las diferencias
de edades pesaban- me obligó a usar un rol pasivo: observador-participante.
Este sería congruente con mi personalidad, dado que hasta joven adulto fue mi
modalidad vinculativa: ser punto antes que banca.
Un grupo de buen nivel cultural - estudiantes
terciarios o graduados recientes- conducía las ligas juveniles. La actividad
cultural era amplia, incentivada por un marco edilicio apropiado: salas de
música, biblioteca, hasta un cine-teatro de gran capacidad. Asimismo lo
deportivo: cancha de básquet/baby fútbol, salón de juegos. Las conferencias sobre
temas de actualidad, como el debate-confrontación, eran habituales. Aun lo
agradable del contexto, algunos hechos fueron minando mi coherencia religiosa:
negociados, actividades comerciales no compatibles con el mandato cristiano,
etc. "Virtudes", que ulteriormente,
en la vida fuera del ámbito religioso, me mostraron que no eran exclusivas de
los evangélicos. Repetidor por azar - vivía especulando- decidí por vergüenza,
emigrar de un colegio semi-bacán de San Telmo, a un nocturno en Barracas,
coincidente con mi paulatino alejamiento de la actividad religiosa. En un lapso
breve, mi marco referencial fue transformándose: de la iglesia a los clubes barriales
boquenses (naipes, billar, etc.), muy competitivos, que excedía mi pobre praxis
en esas lides. El desafío-rivalidad era predominante. Años posteriores, mis
limitaciones de otrora era un buen nivel en otros medios, como el
universitario. En cuanto al nuevo colegio, casi no había adolescentes como el
suscripto (15), mayoritariamente adultos, reincidentes luego de años de abandono
escolar. Así que en estos nuevos ámbitos debí asumir forzadamente mi
acostumbrado rol de observador-participante. Aunque en esa escuela era un
"genio" - comparativamente
al nivel de los reincidentes- no tenía sentido exteriorizar tal circunstancial
superioridad, en si ofensiva. Era un colegio extraño para esas épocas, corría
el '65. Cierta solidaridad rectorado-celadores, en cuanto a no entorpecer el
proceso escolar de los alumnos- contenedora, no expulsora- transfiriendo tal
influencia al plantel docente. Fumábamos en los recreos, sin problema alguno de
conducta. Estos hombres-alumnos no toleraban la arbitrariedad (moneda constante
en el diurno). No puedo olvidarme, por la sorpresa, cuando increparon
airadamente a un profesor de instrucción cívica, abogado, cuando explicó las
causas por las cuales había calificado una prueba escrita con un tope de 4 ó 5.
Más aún cuando en su toma se puso a leer el diario, con la consiguiente copia
generalizada. Al leer-notificar las notas, en los orales era excesivamente
generoso con las mismas, las criticas eran tenues producto de la culpa
copiativa. Explicitó las causas de tal baja calificación: en una prueba escrita
tomada a él, que a su criterio era brillante, el profesor le había puesto 4.
Ergo, el siempre calificaba así. Evidentemente no había superado aún su "traumática experiencia" y la
proyectaba. Casi lo boxean, nunca más tomo una prueba escrita. El esquema de
autoridad-sumisión no funcionaba en ese bachillerato. En los pisos inferiores,
se cursaba el comercial adulto. Desde lo alto, no podíamos creer como a esos
adultos les hacían tomar distancia y el que prendía un pucho, moría. En una
oportunidad, fui al buffet, ubicado en las áreas del comercial. Había llegado
al filo del fin del recreo largo. Pedí un sándwich y comencé a comerlo cuando
sonó el timbre de fin del mismo. El horario escolar impedía comer en nuestras
casas. Sobre la barra, de espaldas a la entrada, sentía como un hombre gritaba
desaforadamente. Me di vuelta y no había nadie más que yo y el desaforado. Este
era un celador del comercial, que me increpaba que estaba haciendo ahí, aunque
era evidente que el sándwich recién lo comenzaba. Mi mirada trasuntaría
incredulidad ante lo que sucedía, no acusando recibo de la intimación - como
cualquier otro alumno del bachillerato lo hubiese hecho- el celador me expresó
en tono normal: ¿ Ud. es del nacional, no?,
confirmado, se fue atribulado. Si tenía un concepto de lo arbitrario, ese comercial
me lo ejercitó.
Para esas épocas decidí trabajar (había
oferta en exceso). Sin un mango y demasiado tiempo libre, me impulsaron a ello.
Cuando mi viejo me hablaba del centro, aludiendo a las calles, alturas e
intersecciones me sentía apabullado por tantos datos (parecía imposible
recordarlos). Trabajando de cadete en la NELSON-FLORIDA - y Diagonal Norte-
pude aprender fácilmente el ejido del microcentro. Asimismo, otras conductas
"extrañas": obsecuencia, alcahuetería, adulación, el compañerismo y
el anti, en versiones hard, no ligth de la iglesia o escuela.
En mi segundo trabajo superé mi récord
de conocimiento geográfico, extendiéndolo a toda la Capital/conurbano
bonaerense, tratando de cobrar cuotas impagas de colecciones literarias evangélicas.
Al año se acabó el paseo, pasando a las oficinas de la editorial-imprenta
evangélica. El ambiente entre compañeros era de lo mejor - todos miembros de
otras iglesias regionales- ajenos a las evidentes manipulaciones comerciales
existentes en la conducción, nada compatibles con la vocación cristiana. En
fin, hombres iguales a otros tras intereses económicos trascendiendo la
religión que profesaban. Si mis creencias religiosas eran exiguas al ingreso,
durante mi desempeño en la misma, se extinguió toda posibilidad de renacimiento
de mi fe (por supuesto, no en DIOS,
sino en la iglesia). Me cuesta aceptar tanto que el que haga obras de bien y
manifieste no tener fe en DIOS (fuere cual fuere su razón) no será salvo por su
negativa; como que un cristiano por manifestar arrepentimiento de sus actos indebidos,
será salvo... (muy fácil). Más que en ambos casos debe
depender de lo subjetivo, siendo sólo Dios - no los hombres- capaz de dilucidar
la "verdad" (si cree o no, o si tiene un verdadero/ sincero
arrepentimiento). Disculpen la digresión... puede ser que mi "formación
teológica" y/o la de los que me la impartieron sea deficiente. Una "espina"
adolescente.
Cercano a la colimba, con mi madre convaleciente de
una embolia cerebral
reciente - con secuelas hemipléjicas- y mi viejo en aprietos
económicos, decidí emigrar hacia el Estado. Este abonaba el 50% del salario al
concurrir al servicio militar. El destino no quiso que lo hiciera, mi viejo
murió imprevistamente, el día y la hora que debía presentarme a la revisión
médica. La repartición a la cual había ingresado - inútilmente, dada la
desgracia- era reducida y descentralizada, de servicios sociales. Por un retiro
forzoso de su dotación, el nuevo personal ingresante teníamos entre 18 y 22
años. Estudiantes con secundario y un número elevado cursando estudios terciarios/universitarios,
de clase media-baja. El resto, un 5% compuesto por una minoría directiva universitaria
liberal, de buen nivel y experiencia. Los cargos intermedios, jefes y
supervisores un 10%, de nivel muy inferior. Estos eran rezagados que por su edad
no podían tomarse el retiro forzoso y que constantemente eran los postergados
en las promociones precedentes a nuestro masivo ingreso (1969). Imagínense lo
que fue la transmisión de conocimientos entre estos hombres, que compartían el
mismo espacio/tiempo, y los avispados pibes, más aún que había que cumplir
cronogramas mensuales de pagos impostergables. No imaginen, no existió.
Los directivos capacitados vivían encerrados en sus despachos-inalcanzables.
Así que nuestra única fuente de información era la documentación existente
sobre las distintas modalidades de beneficios. Nuestra juventud, un clima
agradable entre compañeros y un buen número de aceptable nivel intelectual y
predispuesto al trabajo, fueron superando las dificultades. Agudizadas en la
primera estructura
orgánica-funcional, al ascender la mayoría de estos supervisores
a jefaturas, con nosotros a su cargo. En el Estado se ascendía por antigüedad.
Solo en la segunda modificación orgánica, algunos jóvenes brillantes pudieron
superar a estos inapropiados jefes, ocupando subjefaturas departamentales con
éxitos.
Simultáneamente a mi ingreso al Estado,
había sido bochado en mi primer examen de ingreso universitario. Compartiendo
con otros estudiantes el trabajo y aún no teniendo claro que carrera seguir,
decidí hacer un curso de orientación vocacional, de excelente nivel y caro para
mis limitados ingresos. A pocas clases desistí, correlativamente al
agravamiento de la crisis económica familiar. Sorpresivamente, luego de mi
segunda ausencia, recibí el llamado de una de las coordinadoras grupales.
Expresé mi situación, y me conminó a concurrir aun no pagándolo, argumentando
razones de coherencia grupal. Fuere cual fuere la causa - profesionales o
humanitarias, fue un bello gesto. Fue una experiencia interesante, pues se nos
informaba no solo de los fines,
sino de los medios que utilizaban las distintas carreras, con conferencias
informativas-informales dictadas por profesionales experimentados al reducido
grupo ( 7 u 8 miembros). Siendo el mayor del grupo, 20
años, con más experiencia de vida que el resto, todos de buen nivel económico,
era proyectado por estos como un empleado público del montón, sin haberme
laureado. Tal visión proyectiva, era compartida por mí. No percibía diferencias
resaltantes entre mis compañeros de trabajo o del grupo vocacional. Aunque en
las pruebas finales de evaluación intelectual fui el más elevado, lo endilgue a
la tranquilidad con las que la había tomado (léase: sin interferencias
afectivas). Mi padre había fallecido durante su transcurso, casi al final y ese
vacío típico de las ausencias queridas, me transformaron en un circunstancial
indolente, proyectado en mis capacidades y futuro.
Desde niño tuve una sobredimensionada visión de lo
universitario. Aunque nunca me sentí inferior en ninguna actividad en mi corta
vida, creía que para acceder al nivel terciario se necesitaba más que mis
propias capacidades. No sé si asociarlo al bajo nivel socioeconómico de mis padres/familia,
ya que no había profesionales en la misma y/o la conflictiva adolescente. Igualmente
intenté ingresar a la UBA. El curso
orientativo, que tenía en cuenta el nivel social de sus miembros, dio por
resultado que siguiera la licenciatura en Administración, coherente con mis
limitaciones económicas. El repentino deceso de mi padre, me obligó a gestionar
la eximición del servicio militar. Para ello necesitaba un certificado médico sobre
la endeble salud de mi madre, a mi cargo exclusivamente por ser hombre (mi
hermana aportaba más pero al ser mujer no existía). El director de la
clínica que la atendía emitió el mismo, con un tétrico e inesperado contenido:
las expectativas de vida de mi madre se extenderían a los próximos tres meses.
Tal realidad y sin obligaciones futuras para con nadie hizo revertir mi primera
elección de carrera. Así emigre hacia Filosofía y Letras. Primero sociología,
coherente con mi formación social-cristiana y defraudado con las lecturas
excesivamente politizadas, mudé a Psicología por resultarme el material de estudio más compatible con
mis expectativas. Por suerte, mi madre no murió hasta diez años después,
transcurridos en buen estado de salud, aun sus limitaciones hemipléjicas. Tal
desliz médico-directivo, inició la disminución de mi sobredimensionamiento a
los profesionales, dejando de lado sus laureles y evaluando por sus productos.
El
ridículo ingreso universitario ratificó mis aludidas y nacientes presunciones.
Por entonces, las fuerzas juveniles exigían el ingreso irrestricto, sin hacer mella en las
autoridades designadas por los milicos. Tanto presionaron aquellas que concluyo
con el alejamiento del rector. Y sin oficializar el ingreso irrestricto
peleado, se tomó un examen para descerebrados (de que color era el caballo blanco
de San Martín,1971, créase). Incredulidad/impotencia, más aún viendo al nuevo rector -
un prestigioso intelectual de entonces- paseándose aula por aula, repitiendo:
"vieron que fácil fue el examen". El papel de la autoridad académica,
la burla del examen y una tibia mirada hacia quienes detentaban el poder, tan
lamentablemente, fueron triturando mi sobreestimación intelectual adolescente.
Aunque las primeras experiencias en el
estudio fueron duras, superando la posibilidad de interpretar
textos, todo fue fácil ulteriormente (en concordancia con las exigencias). El
legado secundario memo-robot cuesta superar. Las primeras materias introductorias
(Psicología, Sociología, Antropología, Biología) me hicieron recapacitar sobre
lo multidisciplinario del conocimiento humano, sus y mis limitaciones. Pero no
deje las viejas mañas del secundario: di buenos exámenes repitiendo como un
loro todo el grueso del material. Si hubiese tratado de interpretar todo el
material asignado, hoy estaría estudiando. Libros sobre Freud, Erikson, Lewis,
Mead, Fromm, Piaget, etc. Científicos éstos que sintetizaron sus teorías
elaboradas durante años, en tales textos, no podían ser captados tan fácilmente
por novatos como los
recién ingresados y con mínimas referencias de los titulares de
las cátedras respectivas. Sirvió para ampliar mi terminología y sustrato de
futuros conocimientos. Mucho esfuerzo y exiguos resultados. Hacíamos ver que
entendíamos... Ya cursando el ciclo básico, las materias del mismo, fueron productivamente
aplicadas en mi actividad laboral (estadística, metodología de la
investigación, psicología general, etc.). Igualmente las de neto corte
psicológico (psicoanálisis, evolutivas, psicopatología, etc.), en el conocimiento
individual y grupal, además de mi autoconocimiento.
Simultáneamente a la carrera universitaria,
desarrolle la administrativa del estado. Los militares habían cerrado filosofía
por subversiva. Así llegue a los 26 años, ya casado, con mi primer hijo por
nacer, como jefe de división y el 60% de Psicología cursada (solo me faltaban
las materias de relleno del básico y especialización). Y dos casas que mantener
económicamente (mi madre aún en La Boca y yo en Constitución). Los años
subsiguientes fueron duros: Martinez de Hoz, la hiper, mi primer hijo con
dificultades de salud, gastos colaterales. Apenas di algunas materias libres.
Soslayadamente cuestionabanse mis licencias por exámenes (controlaba el área de
pagos, ya como subjefe departamental). Mi esposa estaba por concluir la carrera
(nos habíamos conocido en la facu, al inicio). Tras el siguiente análisis
coyuntural: podría aspirar a Director y mi cónyuge profesional, tendríamos
asegurado un nivel medio-medio; sumado a que el campo laboral de la Psicología
no era muy promisorio para poder mantener a mi familia, decidí postergar mi
carrera. Demás esta decir que jamás llegue al nivel deseado económicamente,
gracias al milagro Argentino.
Mi
desarrollo laboral en una estructura de servicios sociales, eficaz
históricamente, descentralizada y con posibilidades de poner mis capacidades al
servicio de los numerosos usuarios, resultaba una satisfacción personal, que
compensaba mis decisiones universitarias. Más aún que pude integrar a tal
actividad mis conocimientos terciarios y acceder a las nuevas tecnologías emergentes
- informática, teleprocesamiento, microfilmación, etc.- permitiendo conformar
una buena base personal y generando una cosmovisión diferente al estándar. Conocí hombres de
gran experiencia estatal, universitarios, profesores, hasta académicos, con
pensamiento comprensivo y nivel adaptativo (a sus propios intereses). Un proyecto
de mi autoría, que implicaba reducir lapsos en los pagos, originó una disertación
en el Directorio, sobre los circuitos administrativos a modificar para tal
logro. La mayoría de los miembros, ajenos a la Institución desconocían la
rutina, perdiéndose consecuentemente en mi discurso explicativo. Uno de estos
hombres, del mayor nivel intelectual que conocí, con un alto grado de
ejercitación comprensiva, me pidió que reiterara alguna de las partes. En
realidad, no me había prestado atención, ocupado en otras cosas. Poco les
interesaba el proyecto, solo a mi. Concluida la
reiteración y comprendidos los mecanismos a implementar me miró sorprendido,
sin poder dejar de expresar: "Ud. va a hacer eso". No entraba en su
mentalidad, que me tomará el trabajo de tal cambio, vigente e ineficiente por
más de veinte años. Implicaba un trabajo arduo, pero posible, mejorando la
calidad de la prestación de los usuarios ( que él
representaba). No podía entenderme, ¿ en que podía
beneficiarme tal ajuste? Me miraba con sus
ojos... Así fui aprendiendo en qué me diferenciaba de los otros
comprensores. Nunca fui un adicto al trabajo, pero el tiempo que me insumía lo
ponía al servicio de los objetivos institucionales y no en los personales, redundando en la
calidad/productividad consecuente ( y también beneficiosa para mi, dado que
luego reducía esfuerzos personales futuros y permanentes). Asimismo había
tenido una meteórica carrera en compensación. Me parecía normal, pero no lo
era.
Al llegar a los treinta años y con más de diez de
servicios, había logrado un profundo y pormenorizado conocimiento de todas las
tareas departamentales de mi competencia. Igualmente la problemática de otros
departamentos que afectaban mi área y las externas, que fueron siendo abarcadas
y solucionadas. El nivel de eficacia era bueno y no comparativamente con el estado,
sino en general, pero insuficiente. Los sistemas administrativos diseñados para
lograr tal eficacia, se tornaban factibles de caerse por fallas humanas,
habituales/normales que complicaban los procesos. Había desarrollado en equipo
sistemas racionales, gracias a la persuasión de que con el mismo esfuerzo
diario, lograríamos mejores resultados.
Corrían los '80. PAN
AM introduce la venta de pasajes aéreos internacionales por computadora,
entre múltiples ciudades planetarias interconectadas. Durante años había trabajado con
un centro de procesamiento estatal
externo: una impresora y calculadora volumétrica. Pero esa novedad me
produjo un insight: la
interactividad y su pasmosa velocidad en la transmisión de datos. Soplaban vientos
de informatización en el Estado. Con aval en el Directorio y contactos en la
Secretaría de Informática, dirigí todo mi esfuerzo a sí era factible
automatizarnos institucionalmente, en los términos expuestos. Otra vez punto,
sabía lo que quería pero desconocía como. Trabajé con expertos públicos y
privados. Logré el estudio de factibilidad respectivo. Ulteriormente el
pre-pliego de bases y condiciones, licitación del hardware. Durante todo este
proceso actué como apoyo técnico-administrativo (informes, presupuestos, transcripciones,
traslados, un che pibe de categoría). Aún todo ese
training no lograba un nivel de entendimiento, para acceder a su comprensión.
Un hecho circunstancial aceleró este proceso. Tuve que cambiar mi estrategia y
asumir responsabilidades, aunque no estaba en el nivel de conocimiento deseado.
Uno de los profesionales contratados para la selección de ofertas, de sobrada
experiencia en el tema,
me comunica que las ofertas no se ajustaban a nuestros requerimientos, por lo
cual deberíamos desistir del acto licitatorio (léase: otro nuevo). En tal
momento, un sudor frío, cristalino recorría mi cuerpo (lipotimia). Solo pensar
en el papelón que implicaría desmayarme y lo costoso que implicaría levantar mi
abultado cuerpo, me hizo controlar lo que ya me parecía incontrolable. Conclusión:
ya no podía delegar más. Rememore todo el proceso previo. Como podía ser que
habiendo armado el pliego para favorecer a una firma top por su confiabilidad,
no podía ajustarse a nuestras exigencias. Yo había participado pasivamente en
todas las reuniones evaluativas. Así que comencé a investigar por mi cuenta,
recurriendo a los técnicos de las otras firmas involucradas en la licitación.
Descubrí lo que temía: ni nuestros técnicos ni los de la firma habían tomado
los recaudos suficientes para no cometer errores en las evaluaciones del
equipo. Así hubo errores internos y externos. El sector privado había cometido
los suyos y gruesos, habiendo en 1984, unos 700.000 dólares en juego. En
oportunidad de confeccionarse el pre-pliego de bases y condiciones, remitimos a
todas las firmas de plaza el mismo, con el objeto de testear objeciones
ulteriores. Cerrado este proceso, se confeccionó el pliego definitivo, llamándose
a licitación. Dos días antes del cierre de presentación de ofertas, la firma
top internacional, que sabía de nuestras preferencias no había comprado aún el
pliego. Tuve que comunicárselos telefónicamente, se les había pasado (se
publica en el Boletín Oficial). El día anterior a la apertura de ofertas, el
representante de la potencial ganadora, me solicita que cambie los requisitos
del pliego, pues se excedían con relación al precio de las rivales. Con algunos
retoques se solucionaba. No lo hice, era muy poco serio. En la preselección
previa a la pre-adjudicación, trataron de convencerme que aun su mayor precio,
era menor pues la ley de contabilidad les obligaba a cobrar a los cuarenta días
hábiles posteriores a la prestación mensual y su cotización era en pesos. Las
otras en dólares con una hiperinflación galopante. Con las cuentas en mano,
realmente eran más baratos y así habían ganado en varias reparticiones públicas
2. Además había que omitir algunas deficiencias técnicas que no
cumplían. Demasiados errores públicos y privados. Como una empresa con departamentos
exclusivos para el Estado y habiendo tratado con el jefe departamental, podía
cometer tantas desprolijidades. Así que asumí un rol activo, comandando el proceso,
adjudicando al que se había hecho las cosas correctamente. Por años brindaron
satisfactoriamente las necesidades institucionales.
_____________________________________________
2 Días después de no considerar tal análisis de costos surgió el plan
Austral, frenando bruscamente la inflación, desvirtuándolo totalmente.
Tales circunstancias, angustiantes en varias
oportunidades, sumado a que tuve similares inconvenientes en la licitación del
software hicieron desarrollar mi personalidad aceleradamente. Pasé a sentirme
par, no ya más punto, en todos los procesos atinentes a la organización
institucional, transfiriéndolo a mi vida. Había accedido a una conciencia
simétrica, que le permite a uno sentirse capacitado para aportar algo, que no
todo esta preestablecido e impuesto, cualquiera fuere su origen.
Mi experiencia laboral precedente,
había cercado mis posibilidades. El limitado marco de acción de una gerencia de
operaciones y quince años en su ámbito, determinaron un acabado conocimiento
general y particular de la misma. Asumir la informatización de la institución
me obligó a conocimientos más abarcativos/globales, que exigieron un cambio en
mi metodología de abordaje. Consolidado este proceso, luego de años de labor y
con relativo éxito, me llevó a nuevas conclusiones: la información calificada
que acumulamos será válida si la sabemos aplicar en el momento adecuado. No
basta con poseerla. Léase: criterio - síntesis de equilibrio emocional e información
pertinente- imprescindible para el éxito de cualquier emprendimiento.
Finalmente pude definir mis habilidades, concordante con mis anhelos:
integrador de conocimientos, ni psicólogo ni informático. Ya no necesitaba
conocer pormenorizadamente cada aspecto técnico a mi cargo. Bastaba con saber
el producto de su rol en el conjunto. Como un director de orquesta no necesita
saber tocar cada instrumento que compone la misma. Del mejor nivel de
integración de cada instrumento -ejecutado adecuadamente- en relación al
conjunto, emergerá la calidad del producto deseado. La integración de las
partes constituye el todo.
Estimo que mi ecuación personal ,
aunado a mis estudios universitarios y el alto training laboral experimentado,
ejercitaron adecuadamente mi innata capacidad para abstraer, globalizar y sistematizar
el conjunto organizacional en el cual me desempeñe. Captar un todo, verificar
la coherencia de cada una de las partes del mismo, es un largo proceso de
ajuste entre lo particular y lo general, base que permite esquematizar la
comprensión. Es decir, dar un salto cualitativo en nuestro desarrollo
intelectual que nos facilita trascender de nuestra propia especialidad hacia conocimientos
de carácter general más abarcativos, inherentes a la naturaleza humana.
Cuando se dan las posibilidades, bagaje individual y
contexto, es factible alcanzar tal nivel. Pero el usufructo del mismo esta
condicionado a su ecuación personal (trascendiendo una decisión circunstancial
sino consecuencia de su propia historia). Estimo que para aquellos que utilizan
esa mayor capacidad para su propio beneficio, la adecuación organizacional
resultará de un equilibrio transaccional entre los objetivos institucionales
que representa y sus intereses particulares, prevaleciendo estos. En aquellos,
cuyos intereses personales están soldados/compatibilizados con los de su organización,
prevaleciendo éstos, la adecuación equilibrante estará condicionada a que en el
desarrollo de su labor puedan alcanzarse las metas institucionales, incluyendo
los beneficios personales que tales logros implican. Es decir, como decían nuestros mayores, por
añadidura. En tales casos, entre los cuales me incluyo, cuando se cercenan las
posibilidades aludidas surge un desequilibrio en su adaptación institucional,
difícilmente tolerable. Tal situación, sufrida en los últimos años en el
estado, implicó/aceleró mi retiro del mismo. Tanto mis afectos como coherencia
personal, determinaron el cierre de tal ciclo laboral con un proyecto que
bosquejaba una organización institucional productiva, síntesis de mis experiencias
en la materia: finalidad, financiación, equipos de trabajo, tecnología,
interrelación pública/privada y mutual. Sentía una doble sensación: la del
deber cumplido y la de hacerlo en vano. Y lo fue. Los cambios directivos y las
políticas lo presagiaban. Solo me queda el recuerdo satisfactorio del
comentario que me hizo la mejor empleada institucional, luego de leerlo:
"estabas inspirado" en un tono sin efusividad. Había captado ese
doble mensaje, del cual también sabia/padecía. Nada que explicitar...
Quisiera destacar, que aun todo lo expuesto y
valorizado de mis cualidades, siempre he tomado con recelo a lo personal. Creo
que lo único propio como individuos es nuestra piel, a través de la cual
gozamos/sufri-
mos y por tal sensibilidad, nos merecemos el respeto como humanos, más allá de
nuestro bagaje personal (innato/adquirido, determinante de nuestros actos y
pensamientos). Somos productos de nuestras circunstancias, que nos dejan su
impronta y que nos exceden. En este ultimo tramo de mi vida, me quedará develar
si tales circunstancias externas, incluyen o no, un destino.
Gracias por su atención.
Observación:
Este libro se terminó de imprimir en julio de 1997,
en los talleres gráficos de Productora
Gráfica Centenario,
Sita en Av. Independencia 1634 – Ciudad de Buenos
Aires