2.3
Una definición tentativa del nivel
intelectual superior.
2.3.1 Referencias sobre el nivel del conocimiento
científico.
Cuando nos remitimos al nivel intelectual superior, lo relacionamos con
la inteligencia. Aunque todos sabemos de su existencia, es un término de
difícil definición, aun para las de tipo operacional. Su tangibilidad la remitimos
a los productos de la misma: un trabajo brillante en cualquier actividad. Tal
imprecisión se agudiza aún más cuando debemos definir quién es más capaz que
otro, sin recurrir a sus productos.
Las
limitaciones del conocimiento científico con relación a la inteligencia humana
valen tanto para el órgano anatómico respectivo (cerebro), como para las
manifestaciones de conductas inteligentes, o no. El desarrollo del conocimiento
en la materia es aún pausado, teniendo en cuenta los impensados avances
tecnológicos acontecidos. Si contabilizamos la imposibilidad de medir in situ - no hay instrumentos
operables- como las dificultades en reproducir artificialmente las conductas de
los hombres, individual o colectivamente, en su campo de acción; o utilizar
animales superiores que permitan traspolar sus conclusiones al hombre - no hay
desarrollos similares- se entenderán las limitaciones en el campo experimental,
que justifican lo tardío de su progreso.
En la
historia del conocimiento humano, aquellas disciplinas que han tomado al hombre
como objeto de estudio - parcial o total- han evolucionado muy restrictivamente
respecto a las de altas posibilidades de experimentación controlada (física,
química, etc.). Y mucho más aún cuando la comprensión del hombre se referencia
a su totalidad abarcativa, como lo es la inteligencia.
2.3.2 Someras referencias a teorías de la
inteligencia.
Uno de los medios para lograr establecer grados de idoneidad es por la
calidad de los trabajos en la especialidad. También observamos que algunos
hombres que se destacan en su actividad, no pueden extender tales éxitos a
otros campos conexos o no. Contrariamente, a algunos les es factible efectuar
una transferencia positiva a otra esfera de acción, con o sin afinidad a la que
se destaca. Tomemos un ejemplo: un cirujano prestigioso, puede no ser un buen
conductor de un centro de salud en su especialidad. La experiencia en general
nos indica que para conducir procesos deben agregarse otras habilidades
complementarias. En fin, nos hallamos ante la paradoja que aún teniendo un
nivel de inteligencia elevado en su especialidad, no le es suficiente.
La
teoría que alude a la inteligencia como facultad, nos permite calificar a
quienes descuellan en su actividad y denotan el uso de las herramientas básicas
de la inteligencia: pensamiento
abstracto, global y sistémico. Tal facultad, desarrollada en su campo, no
garantiza que pueda ser transmitida positivamente a otras de igual complejidad o inferior. Aludimos a los
clásicos ejemplos de algunos científicos que no pueden resolver problemas
cotidianos, comparativamente inferiores al desarrollo de su actividad o en
otros de similar complejidad.
La
teoría de la inteligencia, que refiere a la misma como la capacidad del hombre
para adaptarse a su medio, es mas abarcativa. Sus parámetros no solo exigen una
habilidad especifica, sino que implica un acople a su hábitat (desde su
localidad al universo); comprender la aplicación de los recursos tecnológicos
factibles/disponi-
bles; relaciones interpersonales/comunitarias (familia, comunidad, mundo) y una
prospección espacio-temporal de su especie ( vislumbrar nuestra historia,
presente y futura). Es decir, establecer una integración múltiple de los
aspectos que nos tocan vivenciar como humanos.
Exige las herramientas
intelectuales de abstracción, globalización y sistematización, y un adecuado
equilibrio emocional que permita ese múltiple acceso.
Nuestra afectividad actúa como disparador hacia objetivos que nos
movilizan. Los niveles de operación se desarrollarán de acuerdo a nuestras
capacidades cerebrales. Toda actividad humana que implique racionalidad,
requiere de estos factores interdependientes: afecto-operación. La observación cotidiana nos indica que cuanto
menos nos involucremos con nuestro objetivo, mayor nivel de perfomance. Así
hemos aprendido la importancia de la disociación emocional en nuestra labor,
obteniendo mayores niveles de productividad en la misma. H. Wallon, psicólogo francés, aludía a
esto de la siguiente manera: el desarrollo humano se construye por estadios. El
primero corresponde a emociones básicas (dolor, frío, calor, saciedad,
insatisfacción, placer, etc.), que se modelarán según nuestras experiencias
personales. Nuestro desarrollo ulterior adulto, dará cuenta de esa estructuración
sensitiva. Pensemos que ante cualquier situación que debemos afrontar y de
carácter conflictivo, emerge a nivel piel sensaciones incontrolables, que
denotan nuestra peculiar estructura sensible. Las sucesivas reiteraciones de un
mismo proceso irán condensando/controlando, o no, las emociones concomitantes
al mismo. El grado de interferencia afectiva estará condicionado tanto por
nuestro tipo de actividad como nuestra personal organización del estadio
emocional. Quien pueda lograr en su praxis respectiva transformar a tales
emociones en un disparador de conductas, logrará el mayor grado de disposición
de sus capacidades operativas. Estas dependerán del desarrollo operatorio del
estadio lógico, del final del proceso evolutivo. Contrariamente, quien no pueda
llegar a controlar tal interferencia, operará deficientemente en su labor,
hasta llegar a la inoperancia. Un ejemplo clásico de superación de sus
emociones es el del estudiante de medicina, frente a la cotidianidad
hospitalaria. La práctica irá paulatinamente controlando su escrupulosidad como
angustia, hasta llegar a la criticada insensibilidad del médico hacia el
paciente hospitalario...
El estadio del desarrollo lógico
precitado, será el que indique nuestras futuras habilidades cognoscitivas. En
el se logrará el nivel de nuestras capacidades de abstraer, globalizar y
sistematizar, que condicionaran nuestra conceptualización ulterior. Wallon, aludía que la
coexistencia simultanea de nuestra estructuración del estadio lógico con la del
emocional, invalidaría la operación en ejecución. Es decir, que son
incompatibles. Deben actuar
separados: el emocional como disparador de conductas y luego, el lógico
para operar. Esta secuencia garantiza el mayor nivel de perfomance del sujeto.
De hecho coinciden en nuestra vida cotidiana. Recordemos las pavadas que
hacemos y/o decimos en una reyerta familiar. O cuando nos perturba una
emergencia de nuestros seres queridos (cuantas torpezas...). Obviamente, no
todos respondemos igual. Algunos podrán ajustar sus sentimientos y salir airosos
en tales situaciones, otros medianamente salvarán la misma, o quedarán
paralizados, también influyendo las circunstancias y expectativas personales.
Una
cruel experiencia con un animal, nos demuestra la real incidencia de lo
emocional en el accionar operativo. Un perro famélico, junto a comida
apetecible/necesaria para él, interponiéndose entre aquella y él una reja
cuadriculada de 2x2 m. Podía verla pero no tomarla, sino recorría la
reja/obstáculo. Iniciado el experimento, este animal centrado frente a la reja,
embargado por su hambruna, no pudo resolver el problema. Compulsivamente
trataba de saltarla, lo cual le era físicamente imposible, cayendo finalmente
desmayado sin lograr su objetivo. El perro es un animal emotivo, que ha podido
desarrollar operatorias complejas en un medio equilibrado. El exceso de presión
emocional impidió lograr un fin fácil. Así podemos actuar los humanos en
circunstancias de extrema emergencia (naufragios, incendios, etc.).
Dos
científicos argentinos habían desarrollado un sistema que involucraba sensores,
equipos electrónicos, software, etc., que les permitía medir las respuestas más
adaptadas en emergencias como las referidas anteriormente. No sé en qué término
tal investigación, promocionada en un
programa de ATC a fines de los 70
(Proyecto 2000, Lozano). Asociándolo con el progreso tecnológico actual,
hubiese resultado interesantísimo extender tales mediciones a las experiencias
cotidianas, en las cuales las emociones juegan sutilmente. La coexistencia
emoción-lógica, que invalida nuestro accionar operativo, esta presente
asiduamente. No es privativo de la emergencia, o la reyerta familiar que la
caricaturiza. Influye en todo nivel, inclusive el científico. Solo basta con
rastrear la historia del conocimiento. Desde la razón o la experiencia -
confrontándose ambas como excluyentes- hasta el surgimiento de su interrelación
que las integra - el intelectualismo- transcurrieron siglos... ejemplos por
doquier en el campo científico. En el laboral, es tétrico. Cuando el análisis
de un funcionario no cerraba lógicamente, mi intuición psicológica me orientaba
a detectar que intereses - personales y/o sectoriales- afectaban al disertante.
Si lograba dilucidar tal afección, diluía rápidamente sus argumentaciones,
interponiendo las institucionales.
Tal
coexistencia es inherente a nuestra naturaleza, de la cual nadie puede estar
exento circunstancialmente, o en forma semipermanente. Podríamos efectuar una
discriminación didáctica, no sé si científica, entre sensibilidad y emotividad.
A aquella, como la percepción de nuestras sensaciones que actúa como disparador
de nuestras conductas operatorias productivas. A emotividad, como los
sentimientos que involucra al sujeto con el objeto perseguido, generando
conductas deficientes y/o inoperantes. Obviamente, cuando nos referimos a
procesos racionales. Bienvenida sea la
emotividad para otros sucesos no racionales...
Estimo,
que este proceso de correlacionar adecuadamente emoción-lógica, ha sido y será
un largo pro-ceso evolutivo humano. Edward
Bach, el de las flores, científico inglés, expresaba que el desarrollo de
nuestra especie basábase en un largo camino en la maduración de sus emociones
básicas: odio, amor, miedos, etc. a lo cual tiende su efectiva terapia floral.
Pensemos en la evolución desde la agresividad de las hordas ancestrales, a los
procesos de tolerancia/convivencia actuales. Los pueblos que al presente han
diluido/disipado sus odios primitivos, han permitido el acceso a sentimientos
más placenteros que hicieron posibles tales procesos. Aquellos que no lo han logrado, se hallan sumidos en
circunstancias críticas constantemente.
En
definitiva, es el equilibrio emocional el que nos permite que diferenciemos
nuestros intereses/deseos, del objetivo deseado/buscado. Permitiendo así
que emerjan nuestras conductas
operativas lógicas que tornan productivos nuestros anhelos, personales o los
que representamos. Diferenciar al sujeto del objeto para lograr una operatoria
productiva.
Tanto
para la concepción de inteligencia facultativa o adaptativa, de ambas se
infiere que sus grados están vinculados a lo cuantitativo. De poco a mucho
pensamiento abstracto, sistémico y global y agregar para la adaptativa
equilibrio emocional.
2.3.4
Experiencias personales sobre los diferentes tipos y grados de
inteligencia.
Generalmente,
docentes/académicos insisten en que se debe aprender a pensar. Quienes llegan
al nivel terciario, teóricamente, en menor o mayor grado, habrían accedido a
pensar en niveles de abstracción, globalización y sistematización. Mi actividad
laboral me interrelacionó permanentemente con profesionales, originados en
diversos claustros (abogados, médicos,
contadores, ingenieros, computadores científicos, analistas de sistemas).
Asimismo, un elevado número de estudiantes universitarios/terciarios, de las
más variadas disciplinas. Un campo propicio para confirmar esa hipótesis. Pero
la gran mayoría de los profesionales o potenciales no lograban globalizar los
procesos en los que estaban inmersos. Cuando se les explicitaba el marco
referencial, era captado en mayor o menor grado. Ulteriormente, reincidían - no
con la misma tarea- sino con otras que involucraban el mismo contexto. Comúnmente denominamos a esto
error conceptual. Asimismo, en diarias experiencias con empleados de mayor
grado de idoneidad, denotaban dificultades en inferir procesos relativos,
fundamentalmente del orden numérico (índices, coeficientes) que implica la
regla de tres simple. Es decir, su capacidad relativa. Al variar un dato en tal
composición numérica tenían inconvenientes en recomponerla, incluyendo a
profesionales afines.
Sorprendido
por tales dificultades, esbocé una hipótesis. Las endilgué a que
comparativamente, tenían un nivel menor de información y/o consustanciación con
los procesos que estábamos automatizando. Tampoco me preocupaba en demasía,
solo me intrigaba. Pero la persistente reiteración en los errores conceptuales
me inclinaron a una revisión de tal presunción y a buscar otra que se ajustara
a esa realidad. Bosquejada ésta, intenté corroborar tal hipótesis en el grupo
estable con el cual trabajaba y que me era factible controlar. Ratificada, generalice
su comprobación, logrando igual confirmación. Esta hipótesis consiste en lo
siguiente: clasificar el nivel de inteligencia en dos grandes grupos; quienes
acceden al nivel de comprensión, que
involucra a la razón-entendimiento, y el restante, a quienes alcanzan el nivel
de intuición/entendimiento, que no
pueden
llegar al nivel de comprensión. Es decir, que quien alcanza el nivel
comprensión, incluye el de intuición-entendimiento (no así inversamente). Tal discriminación es cualitativa y limitase lo cuantitativo a los diferentes grados en
cada uno de los mismos (comprensores y entendedores). Los comprensores poseen una habilidad lógica que no solo les permite
abstraer los conceptos básicos, tangibles (mesa, libro, agua, sólido, etc.), sin los cuales
nos resultaría imposible desenvolvernos, sino con los de carácter intangible
(derechos, estructuras, relaciones, etc.), conceptos estrictamente vinculados
al pensamiento abstracto/global. Esta doble capacidad de abstracción es la que
le permite acceder a la comprensión de procesos, lo que equivale a poder
razonarlos por sí solos. A no poseer errores conceptuales (factibles si no se
cuenta con la información adecuada). Pero esta habilidad, no se aprende, se ejercita. Quien la posee debe desarrollarla
intensivamente. Primero, debe tratar de entender para luego alcanzar ese nivel
de comprensión, ese salto cualitativo que accede al insight. Pero lo fundamental es que la ejercitación permite la
generalización de esos sucesivos insights, proceso vedado a los entendedores. Estos, en su mayor nivel, no pueden
franquear esa barrera, aun teniendo un alto training laboral en tareas sistémicas.
El lograrlo sería ser un comprensor. No pude develar la causa de tal
limitación, pero su existencia es comprobable. Al buen entendedor, lo
identifica las escasas palabras a las cuales debe recurrirse para explicar lo
que se pretende, generalmente, concluyen ellos complementando lo que se alude.
Tal captación debe producirse en el plano intuitivo, dado que pueden entender
perfectamente el razonamiento lógico subyacente, pero les esta limitado
reproducirlos por sí solos y menos generalizarlo. Los grados para estos dos
grandes grupos esta estrictamente vinculados a la dedicación, training y
equilibrio emocional. Los comprensores representan una escasa porción del
total, mi experiencia lo registraría como un 2%, aunque es un número
aventurado, podría ser mayor. En charlas informales con letrados, en mis
primeras experiencias con juristas, estos aludían que para llegar a ser
Camaristas - antes del Menemismo- había que tener nivel. Una tácita referencia
a que no todos podían acceder a tal posibilidad. Mi training en estas lides -
cientos de sentencias leídas de todas las instancias judiciales- me hicieron
esclarecer este mensaje profesional. Originalmente no lo podía captar, luego
comprendí que concordaba con mi hipótesis de la presencia o ausencia de esa
doble capacidad de abstracción. La gran mayoría de los dictámenes o sentencias
de primera instancia adolecían de una constancia del concepto jurídico de su
especialidad. Contrariamente, tal permanencia era frecuentemente observada en
las sentencias de Cámara y de Corte.
Evidentemente este nivel surgía de esa capacidad de comprensión, que
permitía las generalizaciones de tal índole, características de los altos
tribunales.
Aludir a
los grados de inteligencia es un tema altamente conflictivo, dado que afecta tanto a nuestra autoestima como nuestros intereses. A nadie le gusta sentirse
inferior a otro y menos cuando implica que puedan verse limitadas nuestras
posibilidades, al reconocer tal superioridad. Esto agravado por lo expuesto anteriormente,
en cuanto a lo impreciso de definición del concepto de inteligencia, como
remitirnos a los productos personales para compararnos. Cuando esto no es factible, por razones de experiencias disímiles o
factores emocionales muy diferenciados, resulta sumamente difícil
discernir quién puede ser más capaz que
otro, inevitablemente base de
interpretaciones subjetivas, intencionales o no.
Recuerdo
una anécdota, que me orientó en la comprensión de los distintos niveles de
inteligencia y de la conflictiva de la misma. Promocionado a Director de área,
ésta se agrupaba en dos grandes departamentos: uno operativo - del cual
emergía- y otro técnico. Conocedor del nivel intelectual de ambos, produje
cambios para su compensación. Transferí a dos empleados top del área operativa
a la técnica. Existía entre ambos una notoria diferencia, reconocida por ellos
mismos y en general en su área. A tres meses de su labor en su nuevo destino,
su jefe departamental hablaba maravillas de los mismos. A los seis, ya lo equiparaba
con sus supervisores más antiguos (5 a 10 años). Al año, eran los mejores. En
oportunidad de realizar una promoción, debía seleccionarse a uno de los mismos.
Personalmente, daba por descontado quién sería, dados mis preconceptos,
ratificados en su desenvolvimiento en el nuevo departamento técnico. En la
charla evaluativa con los jefes departamentales, al aludir a tal criterio me
encontré con la persistente negativa de su jefe, expresando que no hallaba una
diferencia entre ambos. Sorprendido, traté de explicarme tal limitación,
concluyendo en lo siguiente: ambos supervisores poseían un nivel superior a su
jefe, lo cual le impedía a este colegir las diferencias entre ambos. El
carácter irreversible de la categorización que expongo, representa conflictos
difíciles de resolver, dado que la comprensión incluye al entendimiento, no así
el entendimiento a la comprensión. A quienes están en el escalón inferior, les
resulta muchas veces imposible aceptar razonamientos que exceden a su nivel. La
estructura narcisista humana agudiza tal limitación y más aún cuando se hallan
en juego intereses materiales. Si su superior es entendedor y usted comprensor,
rebatir una afirmación de aquel, sellará su suerte. Si es equilibrado aceptará
su punto de vista, pero si percibe que Ud. puede afectar sus intereses o
autoestima, en el corto o largo plazo le podrá ir mal. Me remite a esa
afirmación anónima, que un tipo de nivel A
contrata a otro de igual nivel. Uno catalogado en B, del tipo C. Este D y así sucesivamente. Aunque no sea
tan simple, ilustra adecuadamente mis afirmaciones.
Esta
conflictiva, ante la inexistencia de parámetros objetivos - en la actualidad-
que nos indiquen quién es más capaz que otro, es fomentada por el tipo de organización
laboral predominante, propensa a la estratificación formal e inoperante. Estas
dan lugar a la existencia del chambonaje
y las conductas indeseadas consecuentes. Una organización estructurada
horizontalmente, jerárquica-consensuada y participativa, en la cual el
equipo-grupo avale o no las auto-estimaciones, producto de reales y
verificables capacidades, nos permitirá conducirnos a valorizaciones más
objetivas en los grados de idoneidad. En el punto 2.4 nos extenderemos en esta temática.
2.3.5 Referencias sobre el
equilibrio emocional.
El conocimiento científico en la materia, es tan o más limitado que el
aludido a la inteligencia. Igual que en ésta se lo conoce más por los efectos
que los factores que lo generan. Es decir, cual es la(s) causa(s) que determinen
el ser equilibrado o no emocionalmente. Tanto la influencia del medio ambiente
social-familiar, como la herencia genética, no pueden ser consideradas - ni en
conjunto o individualmente- como factores determinantes del equilibrio
emocional o no. Asimismo, desconócese la incidencia de lo filogenético, con su
ancestral carga de rivalidad y/o culpa, que pueden irrumpir
circunstancialmente, por hechos fortuitos o persistentes en su medio. Hay actitudes que nos remiten a estas experiencias
ancestrales de nuestras emociones cuando vemos las dificultades de algunos
hombres en reconocer sus errores, de relativa trascendencia o envergadura,
esgrimiendo respuestas justificadoras que delatan aún más su error. El tan
temido quedar pagando o no
perder, como si todo lo que hubiese
hecho hasta ese momento ese sujeto no valiese de nada. Como si aceptar ese
error relativo implicara quedar descalificado por siempre.
Asimismo,
lo emocional genera depresiones, conductas indolentes, inmadurez,
personalidades egocéntricas que le impiden ver más allá de sus propios
intereses, etc. La gama de combinaciones puede ser infinita. Las terapéuticas
actuales, aunque se desconozcan las causas, pueden aliviar los padecimientos
que conllevan, recurriendo generalmente a aquellas en circunstancias muy
perturbadoras, o por razones de cualquier índole no nos es posible acceder a ellas. Lo concreto es que todos estos
factores emocionales negativos afectan nuestros logros intelectuales.
Consecuentemente, requieren de una profunda investigación científica para
revertir tal incidencia en el desarrollo humano. Talento desperdiciado,
afectando a hombres de un alto nivel intelectual de comprensión y/o
entendimiento; y en general, afectando nuestra calidad de vida, tanto en lo
operativo como en lo sentimental. Negarlo por estar presente en todos nuestros
actos y no dominarlos, poniendo en evidencia nuestras limitaciones, es un pésimo negocio humano.
Punto 2.4 : Hacia una organización inteligente