“Una MatriZ social basada en la Solidaridad e Idoneidad conjugadas”
(Sistematización
de los fundamentos del Proyecto
:
Red SOLeIDO - www.redsoleido.com.ar)
INTRODUCCIÓN
Los principios de libertad e igualdad
instaurados por la revolución francesa de 1789 han recorrido un cruento camino.
Al presente, tales principios han sido internalizados por las sociedades
avanzadas del planeta, aunque lamentablemente aún distan de ser plasmados
efectivamente en las mismas, inclusive en las más avanzadas. Aún así sus
conceptos no pueden ser soslayados por quienes tienen responsabilidades
sociales, so pena del tronar de la opinión publica. La democracia ha
asimilado tales principios: Libertad de votar a quien uno cree, de
expresión, el resguardo de la privacidad al elegir y que el voto es igualitario,
equivale a uno por cada votante sin excepción, nos hacen acercar a los ideales
galos. La realidad nos indica que aún en las sociedades democráticas más
avanzadas, estamos lejos, muy lejos, de satisfacer las demandas ciudadanas en
cuanto a una implementación adecuada, no manipulada, de tales
principios. Podría decirse que en general, la actual estructuración republicana
ha resultado un antídoto contra las dictaduras de cualquier signo,
aventando tantas atrocidades cometidas en un pasado reciente. En la historia
humana todos han sido discriminados o perseguidos por alguna razón: ricos o
pobres, su color de piel, sus ideas, su religión, sexo y una
etcétera lamentable. Así cruentamente internalizamos el positivo mensaje
galo. Tal proceso de asimilación excede al razonamiento: nos remite a la
seguridad de los humanos. Los hemos incorporado por ser “convenientes” a
nuestro sostenimiento como especie, resultando intrínsecos a nuestro resguardo
individual ante tantas atrocidades acontecidas en su evolución. Las clases
medias dado su nivel de instrucción alcanzado – históricamente comparado- son las portadoras y centinelas de los
irrenunciables principios de libertad e igualdad, que trascienden
sus recursos económicos. Estos pueden perderse, pero no tal concepción. Los
argentinos de clase media podemos dar fe de ellos... A tal clase se la denomina
“tuvo”: coche, casa, vacaciones, etcétera.
Generalmente, las teorías sobre la naturaleza del hombre
generadas por los grandes intelectos en la historia toman al hombre como un ser
abstracto, o aislado de su inserción social, o estático, como si su naturaleza
estuviese consumada. Disiento, no solo de las concepciones aludidas, sino
porque estimo estamos en los albores del conocimiento humano y que la
pretensión de una definición de la condición humana excede a un individuo. Esta
será una construcción colectiva interdisciplinaria y en constante revisión,
producto de su evolución social como los avances científico-tecnológicos en las
ciencias sociales y del hombre. Cualquier esbozo de una teoría que incluya al
hombre y su inserción social, no puede ni debe, prescindir de un enfoque prospectivo.
Es decir, inferir un futuro dadas las condiciones del presente, permitiéndonos
relacionar aproximadamente el nivel evolutivo del objeto de estudio. En
nuestros análisis particulares, tanto de un sujeto como una organización,
consideramos como un dato importante, obviamente inesquivable,
calificarlo según sea su edad cronológica o en que estado de desarrollo se
halla. De tal apreciación procederemos a juzgar los sucesos generados,
graduándolos concomitantemente. Al omitir tales parámetros solemos cometer
crasos errores, como cuando tratamos/exigimos a nuestros hijos como adultos sin
serlos. Creo que tal omisión – demasiado frecuente- es favorecida por los escasísimos, o inexistentes,
instrumentos confiables para traspolar la conducta de un individuo en sus
ciclos evolutivos con el de las sociedades en conjunto. Tales ciclos de un
sujeto han sido suficiente y satisfactoriamente descriptos en la
historia humana, tanto en la literatura aun en los limitados conocimientos
científicos del presente. Tampoco se puede considerar la evolución de las
sociedades con civilizaciones humanas extinguidas, o el desarrollo y caída de
los imperios, dado lo disímil de los parámetros culturales de otrora con los
actuales. Asimismo se restringen espacialmente, cuando al presente se requiere
una visión planetaria, globalización mediante.
Sigmund Freud (1856-1939,
Austriaco) el padre del psicoanálisis, tomó del naturista Alemán Fritz Müller
(1821-1897), su interesante teoría de la recapitulación. Este formuló la siguiente ley biogenética: La ontogenia
o desarrollo del individuo es la recapitulación breve y rápida de la filogenia
o desarrollo genealógico de la especie a la que pertenece. Es decir que cuando
nacemos nos desarrollamos como sujetos recorriendo igual camino que el que
transitamos como especie (desde “Adán y Eva”- más ilustrativo- a
nuestro propio presente), incorporando los cambios constantes en su
ontogénesis en su desarrollo filogenético generación tras generación. Es decir,
la versión continuamente actualizada del hombre, que se manifiesta y se
modifica en su desarrollo particular (su ontogénesis). Freud,
como patrón comparativo utilizaba las fases del desarrollo evolutivo del
individuo (
infancia, pubertad, adolescencia, joven adultez, adulto, etc.) en
su efímero andar por el mundo y el nivel semejante alcanzado por la sociedad
planetaria, infiriendo por tales comparaciones que a fines del siglo 19, nos
hallábamos en transito como sociedad desde la adolescencia a ingresar a la
joven adultez. Quisiera destacar, y se infiere, que no soy un experto en
ambas postulaciones, pero más allá de tales traspolaciones y su certeza, estimo
que es un análisis comparativo valido, al cual adhiero, que además se colige de
nuestros inmaduros actos como humanos del presente... Tendría que ser
una de las teorías que deberían incluirse en los estudios científicos sociales
próximos (ver punto 1.2) dada
su trascendencia e incidencia en la evolución
humana. Obviamente para explicitarla, descubrir los mecanismos de
transmisión genéticos y/o culturales diacrónicamente (la filogénesis) y sincrónicamente (la ontogénesis), una gran
incógnita. En fin, enriquecerla, rectificarla o desecharla por una nueva teoría
valida (
ver anexo IV)
Retomando, el creador del psicoanálisis comparaba las hordas
primitivas con la fase anterior al desarrollo del YO (ni en la
primera infancia ni en la horda se usa/usaba tal termino). Asimismo la
prehistoria con la infancia posterior al YO, concordando en ambas el
pensamiento mágico, propio del niño y de los hombres primitivos ante los
fenómenos naturales tan contrastantes hace millones de años, asignados a sus
dioses, dado el desconocimiento de tales fenómenos naturales...
Siguiendo esta línea de pensamiento Freud concluye que el conocimiento científico
alcanzado a fines del siglo 19, permitía a la sociedad desprenderse
progresivamente del autoritarismo impuesto precedentemente ( diríamos
desde el medioevo), como mandato absoluto e incuestionable. Así
la sociedad generaba una revisión productiva de sus actos fundados en la razón
y no en lo imperativo o dogmático. Proceso equivalente al desarrollo individual
humano, que previamente a la consolidación de su estadio lógico
en el transcurso de la adolescencia, se rige por el pensamiento mágico en la
infancia, normas imperativas de sus tutores o construcciones parcialmente
racionales. En fin, transitar de la autoridad formal impuesta, a
la moral fundada en conocimientos certeros. En otras palabras, de la
adolescencia hacia la joven adultez, que hemos aludido precedentemente. Desde
antes de nuestra pubertad nos rebelamos, explicita o tácitamente, contra la
autoridad parental, en una marcha saludable para ingresar preparados a la joven
adultez y su independencia. Este estadio previo a la adultez plena implica una
nueva y dolorosa dependencia, pero producto de una elección sin imposiciones
autoritarias inherentes al rol de padres.
Evolucionado tal rol a una versión actualizada y mejorada, dado que
somos más flexibles frente a la interacción familiar sin fijar papeles establecidos
socialmente. No siempre, aunque a lo largo será así, la versión última tiene
que ser mejor; las que son malas nos sirven para rectificarlas ulteriormente,
lamentablemente aprendemos más de aquello que no debemos hacer – lo negativo
– que de los buenos ejemplos que no abundan. Al formar nuestra propia familia
nos percatamos de la importancia de ceder a nuestras actitudes egoístas
e individuales, propias de la infanto-adolescencia. Tanto con
nuestra pareja, con la cual debemos aprender a transigir y mayor con nuestros
hijos, con los cuales nos tendremos que desprender de nuestros caprichos
infanto-adolescentes... La evolución de la familia en el siglo pasado,
viró de un modelo autoritario paternal, al consensual. Convengamos que
al constituirse tal núcleo, siendo los hijos menores, la decisión no
puede ser democrática dado que siendo dos, el empate estancaría cualquier
laudo. Con hijos no tan menores, uno debe escucharlos por una razón de
respeto como participes de la problemática familiar, en la medida de sus
posibilidades (más aún cuando los involucra). Por la característica tutelar
de los padres, ante el tardío desarrollo de la maduración humana que conlleva
la infancia y adolescencia, debemos tomar decisiones finales, al gusto o no de
nuestros descendientes. Es decir, un autoritarismo morigerado - versión
evolutiva mejorada- intuitivo y/o consultado profesionalmente, para no
incurrir en falsos dilemas como el de ser padre o amigo: somos padres,
tenemos que proteger y facilitar el proceso de crecimiento que
será su base para ulteriormente ser padres, desde nuestro mayor nivel de
desarrollo y experiencias concomitantes como humano, no cómplices... En
el transcurso del siglo 20, pasamos de priorizar en nuestro proyecto de vida a
nuestros hijos - desplazando sin desmedro (¿?) a nuestros
ascendientes - coherentemente con el transito aludido del mandato
imperativo al fundado adecuadamente. Habría que analizar porque causas se
posterga la adolescencia hasta limites elevados, que solo conllevan a un empobrecimiento
del desarrollo emocional. Se omiten responsabilidades, esfuerzo y postergación,
que hacen al crecimiento como personas. Y esto es general en las clases medias
occidentales ¿Tal vez un exceso ajustable de desplazamiento? O será que
al extender el promedio de vida general, también se registre una correlación
con la edad de madurez de nuestros hijos... En cuanto al signo de interrogación
expuesto en el párrafo precedente, aunque no es generalizable, podríamos
incluir como desfasaje el posible declinar de responsabilidades sobre nuestros
ascendentes ancianos, con fuertes manifestaciones como las experimentadas en el
crítico verano europeo del 2003. Las altas temperaturas que se registraron
dejaron un tendal de fallecidos sin familiares que se hicieran cargo – previo
al deceso- y una respuesta deficiente del estado frente a tan
denigrante situación...
En fin, tenemos aún que CRECER EMOCIONALMENTE
como compete a la etapa que estamos transitando. Pasamos de un estado
adolescente egocéntrico hacia una consideración de los otros, que
nos permite una inserción social adecuada a nuestra evolución como
especie (la última versión). En este siglo, aún marchamos,
paulatinamente, hacia una resolución “saludable” de nuestra adolescencia
como sociedad, para ingresar a la joven adultez de la misma. El proceso común de la
especie, de maduración biológica y psico-física en su infanto-adolescencia, es
el sustrato del desarrollo emocional que regirá ulteriormente a
nuestras vidas adultas, para bien o mal. Comparándolo con la
evolución social y las atrocidades cometidas en las etapas precedentes
deberíamos hacer un mal pronóstico para el futuro de las
sociedades humanas, dado una “base” tan lamentable. Laing y Cooper,
los promotores por los 60 de la antipsiquiatría - frente al casi único recurso del electroshock- postulaban que el
nivel de maduración emocional humana nos remite al reconocimiento de nuestra
propia historia y la capacidad de postergación. Ésta emergente de nuestra voluntad, no por imposiciones
circunstanciales. Concepción a la cual adhiero y estimo totalmente
traspolable al conjunto social. Más aún que no estamos hablando de un sujeto
sino de una sociedad que trasciende generacionalmente a sus integrantes.
No podemos vislumbrar nuestro futuro sin tener en cuenta las barbaridades del
presente y pasado. Igualmente omitir la paupérrima calidad de
vida de nuestros hermanos (africanos, latinoamericanos, asiáticos o
marginales donde se hallen), hoy tan cerca, gracias a esta globalización a
la que nos remiten los medios inmediata y continuamente, postergando lujos
innecesarios que reviertan tal indigencia ( ver
apéndice, anexo I).
Esto nos remite a
considerar que las relaciones entre humanos en cualquier campo están signadas
por el grado de madurez social de las mismas, mucho más allá de ideologías que
para ser internalizadas socialmente deben ser compatibles con tal nivel de
madurez. Debemos destacar que los procesos de maduración, generalmente,
emergen de las sociedades más avanzadas, irradiándose progresivamente (del
centro a las periferias). El capitalismo salvaje del siglo 19 solo
fue posible porque las masas obreras estaban preparadas para ser sojuzgadas
por sus patrones, estos herederos de la realeza, señores feudales, burgueses
conniventes con aquellos - y poseedores del capital dudosamente
acumulado...- dada la historia de sumisión/expoliación a las
que habían sido sometidas anteriormente. Los principios de la revolución francesa
y su vigorosa expansión, impedían retrotraerse a modelos anacrónicos de
otrora, por cierto más “eficaces”.
En definitiva, el
capitalismo en su fase salvaje y su versión “light” de fines del siglo
20, fue posible dada las condiciones preexistentes – ni pensar por sus
deficientes postulados teóricos, ver punto 2.2-
que permitieron extender esas relaciones asimétricas entre humanos que
registra la historia: amos y esclavos, reyes y súbditos, patrones
y obreros, hasta las más sofisticadas del presente: corporaciones y dependientes,
sin excluir a las otras nombradas precedentemente, que aún lamentablemente
subsisten en diversos grados y espacios en el planeta Tierra... Arduo es
y será el camino a transitar para imponer la igualdad y la libertad.
Estos solo se plasmarán cuando se destierren esas relaciones asimétricas
entre los hombres, reemplazándolas por otras apropiadas a tales principios y
coherentes con el grado de maduración social hacia el cual transitamos como
humanos.
La
formación de la conciencia social hacia la instauración de tales
principios es irreversible, base de los cambios sociales significativos
experimentados desde los albores del hombre. Aludíamos que ni la democracia,
dadas sus evidentes limitaciones, ni la justicia formal existente satisfacen
las demandas ciudadanas trasfronteras. Podríamos asegurar sin equívocos
que las expectativas sociales individuales exigen plasmar los principios de
libertad e igualdad en una síntesis que exprese en forma univoca a los mismos: JUSTICIA,
sustentada en la verdad y la razón. Tal cosmovisión trasciende la formal
existente, que nos remite a la administración de la misma entre partes
en conflicto y que emana de las normativas generadas (Parlamentos)
por los mismos que detentan el poder y lo ejecutan (Poder ejecutivo o primeros ministros o
equivalentes) conniventes
o no. Ergo lejos, muy lejos, de la actual estructuración del bastardeado
sistema democrático republicano. Aspiramos a tener Libertad para
expresarse sin condicionamientos de ninguna índole como así Igualdad en
su consideración, tan vapuleada según los intereses predominantes. “Hacemos
de libres e iguales pero aún no lo somos”. No nos engañemos, este mensaje
subrepticio - captado por los jóvenes- se manifiesta
en sus flagelos actuales, preferentemente indolencia y vacuidad,
con las adicciones “contenedoras” que lo anestesian, convencidos tácitamente
que nada se puede hacer para
revertir el desastre que observan y legamos ( terrorífico). La
frecuente ausencia de ejemplos adultos válidos los remiten a los de
exhibición mediáticos, que inducen al facilismo, negando lo efímero de
la gran mayoría de los mismos, asimismo su ínfimo número que reduce aún
más sus probabilidades.
Los medios
de comunicación masivos actúan como catalizadores más allá de su calidad
e independencia, reduciendo tiempos y espacios de propagación. El ideal de JUSTICIA anhelado es un “camino-solución” irreversible a
transitar. Nuestra lucha cotidiana por imponer tales principios llegará a
consumar progresivamente la misma. En otras palabras, lo que hagamos en el
presente determinará nuestro futuro. Cimentar las bases para el devenir de
las nuevas generaciones, que tomaran como derecho propio y “naturales” los
resultados productivos que hemos alcanzado. Es hora de pensar nuestros logros y
los recursos con los cuales contamos al presente. Los dos principios galos nos
remiten al resguardo individual, ante los frecuentes atropellos que
sufrimos como personas. Pero no son suficientes para lograr las
expectativas de Justicia anheladas. Es en el accionar colectivo
de los hombres que lograremos instrumentarlos adecuadamente, tanto en las
instituciones como las organizaciones. Debemos recuperar el tercer principio
galo:
Estimo que tanto el
accionar sindical como el cooperativismo en los siglos precedentes hasta el
presente, respondieron a demandas imperativas, ya sean condicionadas por
circunstancias espaciales y/o temporales que exigían conductas compulsivas, en
muchos casos heroicos que culminaron con sus vidas. Tal accionar
minoritario es el germen del ciudadano solidario que florece en nuestras
sociedades, no en vano el “Che” es un ídolo para los jóvenes
trasfronteras, aunque sean vagas las referencias que posean sobre su persona,
es una forma de diferenciarse con este mundo injusto que les toca vivir. En una
larga y penosa escuela aprendimos lo funesto del accionar individual y su falta
de productividad social al “favorecer”, en el plano económico y la suntuosidad
consecuente, a un grupo cada vez más limitado de sujetos.
Por siempre el
accionar colectivo implica esfuerzos mancomunados. Y mucho más frecuentemente
de lo que suponemos, tal brío se disipa por una aplicación inadecuada
de los medios utilizados para obtener el objetivo pretendido. Para ello, es
necesario e imprescindible actuar apropiadamente. Esto es el reaseguro
de que tanto esfuerzo solidario no se dilapide. Idoneidad no es
sinónimo de inteligencia, sino que incluye a la misma en la medida de las posibilidades
de cada sujeto, conjuntamente con otros valores trascendentes. Estos asociados
al desarrollo emocional que condicionan para bien o mal nuestra
perfomance cotidiana, de mayor incidencia que un Coeficiente Intelectual
elevado, como alude Daniel Goleman en su ensayo “
Una reflexión final de
esta introducción. Reitero, que aún sus dificultades somos artífices de nuestro propio
destino. Creo que una aspiración general es alcanzar una mejor calidad de
vida, incluyendo a los poderosos, dado que gracias a DIOS la inteligencia,
el equilibrio emocional, la salud y los afectos no
se compran, ni se venden, aunque lo intentemos vanamente. Limitar
tal calidad de vida al confort en sus niveles más elevados es un sin sentido,
dado que es vacuo por sí mismo, al satisfacer un aspecto parcial de nuestro
existir. Ni quepa la menor duda que cuando se alude que “ el
dinero no es la felicidad pero se le parece”, no estamos alejados de
una verdad que solo nos recalca que aún no hallamos otras formas para
alcanzar tal felicidad. Esta debe incluir un desarrollo emocional
que nos permita vincularnos adecuadamente con el otro - como par e igual-
siendo tal integración mucho más trascendente que los bienes y servicios que
acumulemos. Obviamente que estos no son excluyentes, sino que deben ser incorporados
al postergado emocional. En definitiva, será un recorrido difícil, sin dejar de
tener en cuenta que cualquier “camino-solución” que transitemos los
humanos con el objeto de mejorar nuestra calidad de vida, deberá compatibilizar
el interés general con el particular, superando los deficientes sistemas
precedentes. Fundamentalmente, incluyendo una visión que contemple el ser
humano en su actual nivel de estructuración psico-física – sus
últimas versiones- como una interacción social y política acorde a
tal estructuración.
Punto 1.2 Limitaciones en el conocimiento científico